No estaba en juego ningún título mundial, sólo tu orgullo de reafirmar que eras el “macho argentino”, al menos eso era lo que creías ser.
Subiste al ring y apenas sonó la campana, sacaste a relucir la bestia que duerme en vos. Sin dejar pensar a tu rival, atacaste con un fuerte derechazo demostrando que seguías en carrera.
Tu contrincante se cubría, no reaccionaba ante semejante paliza, reflejando la gran diferencia entre ambos. Vos disfrutabas de lo que estabas haciendo, sabías que ibas a ganar, pero igual seguías lastimando para dejar en claro que el único macho sos vos.
Eran tanta la diferencia, que tuvo que intervenir el árbitro de la pelea, cubriendo a tu rival, pero ni eso te detuvo. Seguiste pegando, hasta que te dieron por ganada la pelea.
Un verdadero “macho argentino”… lástima que tu rival era una mujer…


Nadie lo sabe, pero estamos en la Tercera Guerra Mundial. Todo empezó como un juego, que a los dos les gustaba jugar. Pero tras varias amenazas, se decidió dar batalla. A diferencias de las guerras en general, en esta no habrá armas, la lucha se da cuerpo a cuerpo. El objetivo es que nadie salga herido, al menos eso se intenta.
Solo participan dos soldados, un hombre y una mujer, pero en igualdad de condiciones.
La guerra avanza, lleva ya poco más de un mes. No hay límites, no tiene fecha de finalización. Eso depende de los combatientes, que no quieren rendirse, al menos por el momento.
Ya hubo varios enfrentamientos en campo de batalla, cada uno con sus armas, y nadie salió lastimado, por el contrario, cada vez la pasan mejor.
Esto sí que se llama una guerra de amor y paz…

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